viernes, 14 de enero de 2011

CULTIVADORES Y CONSUMIDORES EXPLOTADOS POR INTERMEDIACIÒN.

En el articulo de LINTERNA ROJA, dirigido por correo electrónico, a los políticos de Risaralda, Congreso de la República y ciudadanos involucrados con la -Agricultura- precisábamos algunos tópicos para subsanar en algo la PRODUCCIÓN LIMPIA para garantizar los Risaraldenses nuestra SEGURIDAD ALIMENTARIA, el presente articulo del compañero:Rendón explica mas los atropellos a que se ven avocados diariamente nuestros campesinos.Aquì debemos todos los ciudadanos solicitar resultados puntuales a nuestros Gobernantes, quienes tienen la obligaciòn como administradores de lo pùblico de evitar una HAMBRUNA EN NUESTRO DEPARTAMENTO.

Intermediación, yugo para los cultivadores y consumidores

Luis Humberto Rendón/ Javier Ovidio Giraldo
Es de mañana, doña Maruja todavía con su rostro limpio y con vestido de casa va a la Tienda y Revueltería El Progreso que está en la esquina de su cuadra.  “Don Carlos, véndame dos plátanos y una yuca bien buena”.

Es lo que le falta para atender a su esposo y sus dos hijos con el almuerzo del día.  Al  instante en una bolsa negra le fue entregado el pedido, perpleja quedó por el valor que le correspondió pagar.

Fueron 1.500 pesos, ¡eso es muy caro, dos plátanos de 400 pesos y una yuca de 700 pesos!, pensó la ama de casa, al recordar que en la finca de unos familiares suyos estos productos se pierden o casi que se regalan a un señor que cada semana los visita para comprar lo que produce  “la chagra”, como le llama a la pequeña parcela.

La inquietud de doña Maruja tiene un fundamento importante que vale la pena dilucidar. Si le damos una mirada a las variaciones económicas del mercado agropecuario,  encontramos varios aspectos inquietantes que inician en el momento en que estos productos agrícolas son arrancados de la tierra, hasta el momento en que son llevados a la cocina.

Durante este tránsito los productos van variando su precio exponencialmente, beneficiándose unos mínimos intermediarios, pero viéndose afectados significativamente el campesino que siembra y las familias que los consumen.

En esta región unos 80 mil campesinos viven de la agricultura y otros 2 mil de la ganadería, población esta que enfrenta desniveles alarmantes en los indicadores de calidad de vida. Según el informe de desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, la población rural de Risaralda presenta altos niveles de pobreza, producto del bajo poder adquisitivo que existe en el campo y la precaria inversión del Estado.

Cerca del 25% de la población infantil registra niveles de desnutrición y la infraestructura educativa, la salud, las vías y los servicios públicos, representan algunos vestigios de la riqueza que generó la bonanza cafetera de los años 70, pero que hoy está desgastada y en algunos casos inoperante.

La intermediación en el campo agropecuario
Miremos desde la cotidianidad como se da esa desigualdad, que empieza a gestarse cuando los campesinos recogen su cosecha, ellos que no tienen formación comercial y  escasamente saben leer y escribir, se sienten imposibilitados para enfrentar la plaza. 

Ahí es donde surge el primer intermediario, sus productos  son vendidos en sumas irrisorias,  si se compara con el trabajo que ha requerido cosecharlos. Juan dice: “es preferible ganar mínimamente, a que todo el esfuerzo que ha costado meses de trabajo se pierda guardado en una bodega”, seguramente ese es el mismo pensamiento de otros campesinos.

Juan es dueño de una pequeña finca  en las enfiladas montañas que bordean al municipio de Viterbo, Caldas; allí, él cultiva además de café, plátano, mandarina y naranja.

Para cosechar el plátano tiene que dedicar cuatro meses de trabajo, invertir en protección y cuidado para evitar las plagas. La mandarina se produce dos veces al año, igual que la naranja, sus árboles demandan cuidados especiales y las faenas de recolección son complejas.

Él, recibe cada semana la visita de su “aliado comercial” (el primer intermediario) ve como se esfuma el producto de su esfuerzo por unos cuantos pesos. Entregó 10 racimos de plátanos, por los que recibió 20 mil pesos  y otros 11 mil por 13 docenas de mandarinas.

El campesino pudo haber invertido alrededor de 20 mil pesos en insumos necesarios para que plátanos, naranjas y mandarinas sean productos de calidad aptos para ser comercializados. Su trabajo de cuatro meses sólo queda valorado entonces en 12 mil pesos y unas cuatro matas de plátano en crecimiento que en un mes estarán listas para ponerlas en el mercado.

“Aquí  la finca ya no es negocio para nosotros, escasamente ganamos para garantizar la comidita de la familia. Ahí porque no sabemos hacer nada más, claro que  mi pasión es trabajar la tierra, pero ya no es como antes que uno vivía muy bien”, anota  Juan.

Este primer intermediario tasa el valor por instinto, por olfato, es decir a ojo de buen cubero como quien juega a adivinar el destino, de tal manera que gane él, así lo hace alrededor de 7 u 8 fincas, hasta que su pequeña Luv modelo 82 aguante.

Primer intermediario
Pedro enciende su camioneta en medio de un sol incandescente que le arranca algunas gotas de sudor que bañan su rostro. Su esperanza estátrenzada en recoger una buena cantidad de frutas, plátanos y hortalizas que le garanticen unos buenos ingresos esta semana. El vaivén de una carretera en mal estado, ya no perturba su manera de conducir, se ha habituado tanto a estos terrenos escabrosos que disfruta incluso del incómodo viaje.

Aromas a campo, yerba y frutas predominan en el ambiente, mientras la amabilidad de la gente del campo permanece incólume. Este primer intermediario, con la primera compra ya empieza a hacer cuentas en su mente de lo que puede ir ganando, al tiempo que repasa la ruta que debe seguir.

Después de varios kilómetros, hace una pausa en el recorrido, activa dos o tres veces su bocina y en cuestión de minutos aparece en la hondonada, el “caballero motorizado”, un insigne personaje que trae de manera particular una significativa cantidad de mandarinas y guanábanas. Ya no las sube a caballo o en mulas como en otrora, hoy la tecnología los ha desplazado para darle paso a su motocicleta, un auténtico caballo de acero.

Mientras el caballero motorizado sube y baja ágilmente la montaña, la incertidumbre se apodera de Pedro por lo que pueda ser la variación del mercado en la plaza en la mañana siguiente.
Así ocurre cada 8 días. Este hombre que ya supera los 50 años, es sólo uno de la serie de intermediarios que podríamos denominar primarios, son una serie de facilitadores entre los campesinos y la plaza, aunque tienen un espíritu de comerciantes, no son totalmente usureros, compran y venden de manera arriesgada, tienen que ser cuidadosos pues el mercado es traicionero y les puede jugar una mala pasada.

 Este grupo representa por lo menos el 60% de los proveedores de la plaza minorista ubicada en la calle 42, pues el porcentaje restante obedece a las grandes cargas que llegan de otras regiones del país a través de Mercasa.

Segundos intermediarios
Los pequeños intermediarios quedan a merced, de la segunda cadena; segundos intermediarios “depredadores” y “holgazanes” que de manera vivaz tasan al más bajo precio todo lo que llega a la plaza, para luego triplicarlo sin pudor alguno. Aquí, el primer intermediario se puede convertir en víctima, no tiene más remedio que vender al precio que pongan los dueños de la calle, así muchas veces no compense con el capital invertido en “mercancía”, en combustible y en tiempo. Ellos caen como aves de rapiña al carro que llega a la plaza con algún producto y le ponen valor.

Si el ofertante es un “duro”, el vendedor pierde, nadie le va a pagar más por la carga, incluso se expone a que con el transcurrir del tiempo valga menos. Allí hay pactos entre ellos, es como una mafia que se aprovecha de la incertidumbre que trae el primer intermediario o el campesino atrevido que se somete a desafiar la trampa que allí campea.

Aquí los 10 racimos de plátano que Pedro compró a 2 mil, el segundo intermediario los compra a 4 mil cada uno, su esfuerzo es bajarlo al andén de la plaza, una vez allí, cada racimo dobla su valor, ya vale entre 8 y 10 mil pesos,  para ingresarlo a la plaza. Las 13 docenas de mandarina por las que recibió el campesino 11 mil pesos, a Juan le dieron 20 mil, pero en el andén de la plaza ya valen 35 mil.

Así sucede con todos los productos que llegan del campo pereirano, y esa es la ley en la plaza en el lugar no hay autoridad alguna que pueda controlar los excesos o no lo quieren hacer.

Terceros intermediarios
Después del panorama donde prima la ley del más vivo, donde pululan los agiotistas del mercado, cualquier desprevenido podría pensar que ya no hay nada que agregarle al costo de los alimentos y en este caso a los plátanos, las mandarinas o las naranjas.

Pero no, finalmente aparece el último eslabón de la cadena, el tendero.

El que más se parece al campesino productor, el que gana “pesitos”. En un negocio que le ha dejado utilidades representadas en miles al intermediario secundario, a aquel que es  dueño y amo del andén de la plaza de mercado, a aquel del menor esfuerzo.

Según el censo de la Federación Nacional de Comerciantes Fenalco, en Pereira hay reconocidas  3 mil tiendas y son pequeños negocios de barrio en los que se expenden abarrotes, licores, dulcería,  frutas y  verduras. El tendero se surte en la plaza, es el que pide la rebaja en todo, porque cualquier descuento compensa lo que deja de ganar en otro producto. 

Allí, Carlos, el propietario de la Tienda y Revueltería El Progreso compró por 12 mil pesos el racimo de plátanos que Juan, el campesino de Viterbo vendió a Pedro, el primer intermediario por 2 mil pesos

De ese mismo racimo  salieron los dos plátanos que el tendero vendió a doña Maruja por 800 pesos. Cada racimo tiene en promedio  entre 35 y 40 plátanos.

Ahora es comprensible la inquietud de doña Maruja, quien mientras se regresa a su casa a poner en el fogón la suculenta receta que servirá al medio día a sus comensales, el campesino nuestro se revienta la espalda para que las ganancias de su cosecha, se queden en manos de intermediarios que ni siquiera saben que es arar la tierra.

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