sábado, 29 de enero de 2011

EFECTO DOMINO EN EL MUNDO ARABE FIN REGIMENES DESPOTAS

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El mundo árabe clama democracia

Revolución en Túnez provoca efecto dominó en la región
Miles de personas, motivadas por las redes sociales e Internet, empiezan a exigir el fin de regímenes déspotas ante el asombro del mundo.
Jueves, 27 de enero del 2011  |  Autor: Sergio Paz  |  Visitas: 210
El mundo árabe clama democracia
Algo empieza a encenderse en las abrazadoras tierras del Medio Oriente.  Por primera vez en toda su historia moderna, miles de personas empiezan a salir a las calles de El Cairo, Amán, Saná, Beirut, entre otras ciudades, hartas del inmovilismo político y con unas ganas de gritar a los cuatro vientos aquello que sus líderes se habían negado a darles: ¡LIBERTAD Y DEMOCRACIA!
La salida recientemente del poder del tunecino Zine el Abidine Ben Alí, quien llevaba una dictadura de 23 años, ha provocado un efecto en cadena en la región que vive como nunca antes una revolución democrática que podría marcar el comienzo del fin de regímenes a todas luces déspotas.
El movimiento es protagonizado por miles de jóvenes, de clase media, educados y con un acceso a las redes sociales y a las nuevas tecnologías de la comunicación que han demostrado, una vez más, su eficacia y poder de convocatoria.
Ya había un antecedente: Irán. En junio del 2009 miles de jóvenes salieron a protestar en las principales ciudades de la República Islámica furiosos por el fraude electoral a favor del conservador presidente Mahmud Ahmadineyad y en contra del moderado Mir Husein Musaví.
En aquellos días se le llamó la “Revolución Verde”, y aunque no se logró corregir la injusticia y se mantuvo el statu quo, sí demostró el poder y la influencia de Internet para poner en peligro un régimen hasta ese momento incapaz de frenar los flujos de información en medios no convencionales o tradicionales.
Esta vez, en Túnez, no se trató de un fraude electoral en un país con una cultura diferente –la persa–, sino que, por primera vez, la ira popular se manifestaba en el mundo árabe musulmán.
La población harta de la corrupción, la pobreza, el desempleo y, sobre todo, decepcionada de sus propias autoridades, salieron a protestar y presionaron peligrosamente hasta que Ben Alí no tuvo más remedio que salir huyendo con su familia en un avión rumbo al exilio en Arabia Saudita.
Como bien han reconocido algunos expertos en historia del Medio Oriente, era la primera vez que se registraba una insurrección con claras reivindicaciones democráticas y en las que no participaron de ninguna forma las Fuerzas Armadas, elementos claves para el sostenimiento de regímenes autoritarios en la región.
De inmediato, los ojos y oídos de millones de árabes han visto y comprobado que es posible un cambio de régimen por la unión popular lo que podría encender la “llama de la libertad” como significó en el siglo XVIII la “Revolución Francesa” en Occidente.
Hasta ahora la “Revolución de los Jazmines”, como ha sido bautizada, ya ha animado a los árabes de otros países a iniciar protestas impensables hasta hace pocos meses.
Por ejemplo, en Egipto miles de personas han salido a las calles de El Cairo y Alejandría para exigir la renuncia del presidente Hosni Mubarak –el “último faraón”, como le dicen–, quien lleva en el poder tres décadas.
“¡Fuera Mubarak!”, “¡Túnez es la solución!”, corearon esta semana los manifestantes que se enfrentaron a las fuerzas de seguridad dejando un saldo de tres muertos.
“Después de Ben Alí, ¿a quién le toca el turno?”, “Pan, paz, dignidad”, exclamaban los furibundos manifestantes, en las protestas más graves que vive el país desde 1977.
Las protestas también se han replicado en Saná, capital de Yemen, donde cientos de estudiantes han marchado a favor de una revolución contra los “asustados y falsos líderes del mundo árabe”.
En Jordania, desde hace tres semanas se registran violentas protestas que exigen un cambio de gobierno y que se implementen reformas económicas, políticas y sociales necesarias para el desarrollo del país.
En Omán se han registrado protestas de cientos de personas en contra de la subida de los precios de los alimentos, mientras en Sudán la oposición ha movilizado a sus partidarios para presionar por el “fin del régimen totalitario”.
Tal es la gravedad de la situación que el secretario de la Liga Árabe, el egipcio Amr Musa, ha dicho que “los ciudadanos árabes se encuentran en un estado de cólera y frustración sin precedentes”.
DESGASTE POLÍTICO
En efecto, lo que se ve en estos días en el Medio Oriente es el desgaste de una camada de líderes herederos de un proceso nacionalista panárabe que surgió con la llegada al poder del Gamal Abdel Nasser a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado.
El rais egipcio se hizo conocido por su discurso populista que pedía la unión de la nación árabe y la recuperación de los recursos naturales más preciados de la región, como el petróleo, que estaba en manos de las potencias occidentales como Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.
“Solo a través del control de sus propias riquezas naturales los árabes podrán salir del subdesarrollo”, señalaba Nasser, desatando la euforia de los siempre oprimidos y relegados árabes que vieron en él una especie de “guía” y “padre salvador”.
Fue gracias a su influencia que surgieron golpes de Estado militares en varios países de la zona con fuertes tendencias nacionalistas: Muammar al-Gaddafi en Libia, Ben Alí en Túnez, y regímenes como el sirio y el yemení.
Sin embargo, aun controlando sus propias riquezas, el desarrollo ansiado nunca llegó y los héroes de antaño pasaron a convertirse en los tiranos de estos días que han acumulado enormes fortunas mientras el pueblo se muere de hambre.
Desde un comienzo se suprimieron las libertades individuales y políticas y hablar de elecciones libres podía significar la muerte.
Por ejemplo, en Egipto, “democracia” es una palabra vacía. Bajo el gobierno del octogenario Mubarak se ha denunciado la violación sistemática de los derechos humanos, no hay un Poder Judicial independiente, y la libertad de prensa es una utopía.
Esto hoy está por cambiar, a la luz de la “Revolución de los Jazmines” (el jazmín es una flor blanca emblemática en Túnez y simboliza la pureza y la tolerancia). La revuelta tunecina ha modificado los paradigmas en los que se sostienen todo poder absoluto: corrupción, represión y censura. Al fallar una de ellas tarde o temprano termina por caer la dictadura.
En Túnez, la censura que había sido férrea se comenzó a resquebrajar con la revolución tecnológica que vive el mundo del siglo XXI. Ben Alí cayó porque la población supo de sus excesos y porque el sentido crítico de una población medianamente educada y culta no aguantó más.
Como diría el escritor y sicólogo Said el Kadaoui, la revolución tunecina hace pensar sino en un efecto dominó, en un efecto “mimético” en otros países árabes.
EL RETO DE ESTADOS UNIDOS
El reto está ahora en llevar a esas masas ávidas de cambio hacia una alternativa real de gobiernos que abracen, por fin, a la democracia liberal en una región tan compleja como el Medio Oriente.
Un papel clave lo tendría Estados Unidos de América y la administración del presidente Barack Obama que deberá hilar fino para no ser visto como el intruso de siempre que lucha primero por asegurar sus intereses económicos y geopolíticos.
Washington lleva años con un doble discurso. Primero, presionando a los gobiernos de la región a hacer reformas democráticas que tengan en cuenta las “aspiraciones legítimas” de las sociedades árabes, como ha dicho recientemente Jeffrey Feltman, el más alto responsable de la diplomacia norteamericana en Oriente.
Y, segundo, apoyando a los déspotas de la región que, pese a sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos, son una “garantía de estabilidad” en una región donde prolifera el extremismo islámico.
Lo que menos querría Washington es ver caer líderes oprobiosos –sean dictadores, emires o reyes– por gobernantes extremistas y fundamentalistas que ponen en peligro su seguridad interna.
El trabajo de la Casa Blanca es complejo, pero lo es más para un mundo árabe que parece salir de su letargo en un cambio histórico sin precedentes.

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